Era un 24 de mayo de 2009. Hacía calor en un San Siro abarrotado para despedir a uno de los mayores mitos del fútbol europeos. Entre los aplausos de la grada la curva sud, los aficionados más radicales del Milan, empezaron a desplegar una serie de pancartas en las que se acusaba a Maldini de faltarles al respeto mientras recordaban que Baresi era el único capitán eterno del Milán. Sí están leyendo bien. El hombre que formó parte de uno de los equipos más gloriosos de la historia del fútbol tuvo que aguantar el desaire de su hinchada el día de su despedida. Maldini, el lateral incansable, la mano derecha de Sacchi, el corazón de un Milan para la historia, tuvo que escuchar silbidos durante su despedida. En su haber cinco Copas de Europa, cinco, siete Scudettos y decenas de títulos nacionales e internacionales. Su fidelidad al Milan nunca estuvo en entredicho, él encarnaba todos los valores del 'one-club-man'.
Aquel día comprendí que los aficionados no siempre tienen la razón y que muchas veces se dejan llevar por lo accesorio y olvidan lo fundamental.
Todo esto me viene a la mente con el caso de Fernando Torres. Ya habrán oído decir aquello de que en el fútbol solamente vale lo que haces hoy, sin importar lo que hayas hecho durante toda la carrera. Si un día no marcas, ya no sirves, aunque seas una leyenda viva del club. En un fútbol en el que los futbolistas se han convertido en mercancía, de lujo y carísima, pero mercancía al fin y al cabo, está bien recordar que hay jugadores que no pueden llevar una etiqueta con el precio. Y Fernando Torres es uno de ellos. Para un club que buscó su identidad desesperadamente durante años para encontrarla en un niño con cara de bueno y alma atlética estaría bien recordar que los símbolos no se tocan, sean viejos, jóvenes o decrépitos. ¿Quiere decir esto que Torres tiene que jugar aunque esté mal? Por supuesto que no. Quiere decir que el club le debe un gesto a Fernando Torres. Solos los equipos que son capaces de despedirse con elegancia de sus estrellas pueden afrontar el siguiente capítulo de su historia. Lo hizo el Barça con Xavi, no estuvo a la altura el Real Madrid con Casillas. Esperemos que el Atlético despida a Torres como lo que es: leyenda viva rojiblanca.
Y toda esta historia termina en Anfield, el templo del fútbol, donde los códigos aún se respetan. Allí se despidió el año pasado Steven Gerrard de la que ha sido su casa durante tantos años. Nadie le reprochó nada, ni siquiera que un error suyo les hubiera costado la Premier en 2014. En la despedida de Gerrard solo hubo aplausos y agradecimiento. El de un club, una afición, a uno de esos jugadores que no llevan una etiqueta con el precio. Bendito fútbol con sus leyendas y sus mitos que no se compran ni se venden.
Aquel día comprendí que los aficionados no siempre tienen la razón y que muchas veces se dejan llevar por lo accesorio y olvidan lo fundamental.
Todo esto me viene a la mente con el caso de Fernando Torres. Ya habrán oído decir aquello de que en el fútbol solamente vale lo que haces hoy, sin importar lo que hayas hecho durante toda la carrera. Si un día no marcas, ya no sirves, aunque seas una leyenda viva del club. En un fútbol en el que los futbolistas se han convertido en mercancía, de lujo y carísima, pero mercancía al fin y al cabo, está bien recordar que hay jugadores que no pueden llevar una etiqueta con el precio. Y Fernando Torres es uno de ellos. Para un club que buscó su identidad desesperadamente durante años para encontrarla en un niño con cara de bueno y alma atlética estaría bien recordar que los símbolos no se tocan, sean viejos, jóvenes o decrépitos. ¿Quiere decir esto que Torres tiene que jugar aunque esté mal? Por supuesto que no. Quiere decir que el club le debe un gesto a Fernando Torres. Solos los equipos que son capaces de despedirse con elegancia de sus estrellas pueden afrontar el siguiente capítulo de su historia. Lo hizo el Barça con Xavi, no estuvo a la altura el Real Madrid con Casillas. Esperemos que el Atlético despida a Torres como lo que es: leyenda viva rojiblanca.
Y toda esta historia termina en Anfield, el templo del fútbol, donde los códigos aún se respetan. Allí se despidió el año pasado Steven Gerrard de la que ha sido su casa durante tantos años. Nadie le reprochó nada, ni siquiera que un error suyo les hubiera costado la Premier en 2014. En la despedida de Gerrard solo hubo aplausos y agradecimiento. El de un club, una afición, a uno de esos jugadores que no llevan una etiqueta con el precio. Bendito fútbol con sus leyendas y sus mitos que no se compran ni se venden.