Las estanterías de los supermercados se han llenado con el correspondiente turrón y las luces ya destellan al caer el sol para anunciarnos, sí amigos, que la Navidad empieza en noviembre. Y con ella llegan los finalistas del balón de oro, un galardón que ha alcanzado grotescas cotas de popularidad con el enfrentamiento, más mediático que otra cosa, de Messi y Cristiano Ronaldo. Así que abróchense los cinturones porque nos esperan semanas de griterío incesante en las tertulias de radio, portadas triunfalistas en los diarios deportivos y largas horas de análisis vacuo en los mal llamados programas deportivos nocturnos. Si les gusta el fútbol, despídanse, solo se va a hablar del dichoso balón. Si directamente disfrutan de otro deporte, emigren a otro planeta.
No deja de sorprenderme el valor que ha adquirido este premio individual en los últimos años. Antes recibía una página a lo sumo en los deportivos, tal vez una esquinita de la portada. Solo recuerdo un despliegue informativo importante en España a raíz del balón de oro, el año que lo ganó Owen por encima de Raúl González Blanco. Desde entonces y hasta ahora, el esférico dorado pasaba por nuestras vidas como una estrella fugaz, veías el ganador y lo olvidabas. Pero ahora no. Ahora es imposible escapar a esta locura de fanatismo en el que cada cual defiende a aquél que viste la camiseta de su equipo.
Darle valor a un premio que galardonó a Fabio Cannavaro como mejor jugador en 2006 es como pensar que los Grammy latinos te encumbran en la industria musical. Es más, recordar que el citado Fabio Cannavaro tiene el galardón que falta en la estantería de, pónganse en pie, Paolo Maldini, me hace pensar que somos una especia amorfa, dispuesta a premiar lo banal y a olvidar lo verdaderamente importante. Conceder tanto crédito a un premio individual en un deporte colectivo es insano. Pero el negocio lo exige. Las grandes marcas que sostienen el fútbol se frotan las manos con el balón de oro y todo lo que se monta a su alrededor.
Así que hagan sus apuestas. Cristiano o Messi (los locos también pueden votar por Neymar), Messi o Cristiano. Olvídense del sistema, de los entrenadores, de los compañeros que los llevaron hasta allí. Olvídense incluso del sentido común y voten solo con las tripas. Feliz Navidad y feliz balón de oro.
No deja de sorprenderme el valor que ha adquirido este premio individual en los últimos años. Antes recibía una página a lo sumo en los deportivos, tal vez una esquinita de la portada. Solo recuerdo un despliegue informativo importante en España a raíz del balón de oro, el año que lo ganó Owen por encima de Raúl González Blanco. Desde entonces y hasta ahora, el esférico dorado pasaba por nuestras vidas como una estrella fugaz, veías el ganador y lo olvidabas. Pero ahora no. Ahora es imposible escapar a esta locura de fanatismo en el que cada cual defiende a aquél que viste la camiseta de su equipo.
Darle valor a un premio que galardonó a Fabio Cannavaro como mejor jugador en 2006 es como pensar que los Grammy latinos te encumbran en la industria musical. Es más, recordar que el citado Fabio Cannavaro tiene el galardón que falta en la estantería de, pónganse en pie, Paolo Maldini, me hace pensar que somos una especia amorfa, dispuesta a premiar lo banal y a olvidar lo verdaderamente importante. Conceder tanto crédito a un premio individual en un deporte colectivo es insano. Pero el negocio lo exige. Las grandes marcas que sostienen el fútbol se frotan las manos con el balón de oro y todo lo que se monta a su alrededor.
Así que hagan sus apuestas. Cristiano o Messi (los locos también pueden votar por Neymar), Messi o Cristiano. Olvídense del sistema, de los entrenadores, de los compañeros que los llevaron hasta allí. Olvídense incluso del sentido común y voten solo con las tripas. Feliz Navidad y feliz balón de oro.